4 de octubre de 2013

Rutina de apariencias tácitas

A veces, me gusta imaginar, te hago el amor tan solo para observarte después mientras te vistes torpemente y a hurtadillas, en la penumbra de un ambiente que huele a nuestra interminable reiteración de desvaríos instintivos.

Extraño ritual ése en el que fingimos no fingir escapar la una de la otra. Tú y tu mal vestir precipitado que busca inconscientemente romper un silencio y mantenerme alerta. Yo y mi ojo izquierdo entreabierto, observando tu silueta aún desnuda, más seductora que nunca. Tu huida vespertina, que siempre coincide con el último rayo de sol a través de la persiana entrecerrada sobre tu piel, escena que al observar aún aturdida y embriagada por tus (sin)sabores percibo como si ante una semidiosa me hallase.

¿Cuántos siglos hace que comenzamos nuestra pequeña tradición? Yo no lo sé, pero el que se atreva a observar con reprobación esta  forma de sentirnos que acabó por imponerse descuido tras descuido pecará de error absoluto.


Y es que tan solo tú y yo sabemos que en nuestro mundo, el único testigo de estos encuentros –que es tu viejo colchón- las palabras ya no existen, pues las únicas cosas que queremos decirnos son las que se transmiten con las manos.

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