Tienes
fotografía en las palabras que has vivido. Hablando a veinte centímetros de mi
boca y sonriendo, sonriendo como si todas tus historias fueran sonreíbles, me haces sentir que
atestiguo con mi mirada todo lo que, en realidad, tan solo perciben mis oídos.
Y
me da por pensar que la magia no seas tú, sino el sofá magnífico en el que nos
enredamos tarde tras tarde, en el que el tiempo nos engaña y finge desaparecer
para luego sorprendernos con horas perdidas entre piel y eternas conversaciones.
¡Pero
qué cosas se me ocurren! Ni el mejor sofá del mundo tiene tu sonrisa y tus
abrazos…