22 de julio de 2013

A enemigo que huye... puente de plata.

No es mi nervio el arranque. Más bien el sosiego. Respirar entrecortadamente se hace tan habitual que de repente… un suspiro –aun a destiempo- se antoja un manjar absolutamente delicioso, colmado de vida.

¡Ah…! Qué extraño me siento hoy de mi extrañeza tras los sucesos acontecidos anoche, cuando descubrí que en realidad no era sino el espejismo de un ser humano lo que perseguían los latidos de mi pecho, y el nudo en el estómago, y en la garganta… y en el alma.

Hoy me hallo vacío. Hay un puesto vacante de sentir en cada una de mis articulaciones, en cada uno de mis órganos. Aunque quisiera rehacer los nudos ya deshechos no tengo cuerda alguna, la perdí en algún momento de su sonrisa lejana, vaga, dirigida a otros… inalcanzable. Y la busqué. ¡Diablos!, ya lo creo que lo hice. Mi espalda esperó impaciente el escalofrío a cada leve asomo de sus dientes, blanquísimos, entre sus labios algo agrietados por el frío de diciembre. Pero solo mi juicio reaccionó ante aquel gesto tan usual que normalmente me nubla por completo. Mi recuerdo en un café, de su sonrisa, en cambio, sí me hacía estremecer.

Mi recuerdo.

Realmente confuso, analizo cada poro de mi piel tras su contacto. Inspecciono mis pupilas, que aún retienen su figura caminando etérea, tras despedirse con su aroma dulzón en mi mejilla.

¿Es posible que, en lo retorcido de nuestro ser, seamos capaces de hiperbolizar de un modo extremadamente cruel la sensación más nimia e insignificante hasta hacerla parecer la más gloriosa? ¿Podemos, de verdad, basar nuestra triste existencia en el instante que, cada vez que es pensado por nuestra mente, crece y crece como un copo de nieve que finaliza en la más hostil avalancha?

No lo creo. Ahora lo sé.

Aún noto eso que se marcha lentamente.
Es la ilusión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario